jueves, 23 de abril de 2009

Argamasilla de Alba, lugar de La Mancha

¿Cuál era el lugar de La Mancha del que Cervantes no quiso acordarse? Las archiconocidas palabras que dan inicio al Quijote han dado lugar a no pocos debates y elucubraciones acerca del lugar que pudiera merecer el honor de ser la cuna del Caballero de la Triste Figura. No en vano, el propio Cervantes invitó a ello: en el final de su novela, dijo no haber precisado el lugar de nacimiento y residencia del hidalgo con el fin de que todos los lugares de La Mancha contendiesen entre sí para tenerle como suyo, tal y como contendieron, dijo, las siete ciudades de Grecia por Homero. Así que, a medida que la obra fue ganando notoriedad, se acrecentó una disputa, sin duda, cargada de romanticismo. Pero lo cierto es que casi todas las teorías señalan al mismo lugar: Argamasilla de Alba.
Azorín tiene un libro, La Ruta de Don Quijote, que se hace eco de esta disputa. El libro es una recopilación de las quince crónicas que el escritor alicantino realizara, por encargo del periódico El Imparcial, y con motivo de la conmemoración (en 1905) del tercer centenario de la publicación de la primera parte del Quijote, siguiendo el itinerario que Don Quijote hiciera por La Mancha.
En líneas generales, La Ruta de Don Quijote supone un agrio retrato de aquellos pueblos y lugares manchegos, y de sus gentes, por los que transitara Don Quijote de mano y pluma de Cervantes. Agrio retrato porque en él se filtra una decadencia brutal. Azorín nos sitúa ante lugares sombríos y gentes abúlicas, de una Mancha pobre, triste, decadente… muerta («las puertas están cerradas; las ventanas están cerradas», escribe repetidas veces Azorín), una Mancha azotada por supersticiones, en la que nunca pasa nada (…«plazas anchas, con soportales ruinosos, por las que de tarde en tarde discurre un perro o un vendedor se para y lanza un grito en el silencio»…), en donde el tiempo parece haberse detenido desde que pasara por allí el ingenioso hidalgo. «¿Cuánto tiempo hace que estoy en Argamasilla de Alba? ¿Dos, tres, cuatro, seis años? He perdido la noción del tiempo y la del espacio; ya no se me ocurre nada ni sé escribir», comenta en una de sus crónicas Azorín. Y más adelante añade: «las horas van pasando lentas; nada ocurre en el pueblo; nada ha ocurrido ayer; nada ocurrirá mañana». Desde Argamasilla de Alba hasta Alcázar de San Juan, pasando por Puerto Lápice, Campo de Criptana o El Toboso el paisaje que se vislumbra es terriblemente gris y monótono.
Si comparásemos estas crónicas con las que componen París bombardeado (otra obra de Azorín, esta vez recopilación de los artículos que escribiera para el ABC de su estancia en París en la primavera de 1918, cuando la ciudad era asediada por los alemanes a fines de la Primera Guerra Mundial) veríamos claro el contraste entre lo que le sugiere París y lo que le sugiere La Mancha. Incluso padeciendo los azotes de la Gran Guerra, París muestra más vida que La Mancha. Y es que, los pueblos manchegos no necesitan una guerra para palidecer, para parecer muertos: a ojos de Azorín ya lo están.
Pero dejemos aparte la fotografía de esa Mancha de principios de siglo y volvamos al tema que nos ocupa. El caso es que la tradición oral sostenía, cuando Azorín pasó por allí, que Cervantes estuvo preso en Argamasilla de Alba, en la Cueva de Medrano, e incluso que fue allí donde inició su novela. De ser así no sería raro que no quisiera acordarse del pueblo. También se decía que Cervantes, a la hora de crear el personaje de Don Quijote se inspiró en don Rodrigo Pacheco, vecino de Argamasilla de Alba y víctima de una enajenación mental.
Por otra parte, no está de más recordar que Alonso Fernández de Avellaneda, en su Quijote de 1614, hace partir a Don Quijote y a Sancho de Argamasilla de Alba. Aunque quizá la teoría más consistente es la que alude a la propia novela de Cervantes, en la que aparecen unas composiciones poéticas que se adjudican a unos “Académicos de la Argamasilla, lugar de la Mancha”. Claro que, si uno mira en el mapa, existen dos Argamasillas, la de Alba y la de Calatrava, y Cervantes no especifica cuál.
Pero Azorín lo tiene claro: Don Quijote sólo ha podido nacer en Argamasilla de Alba. Desarrollando una curiosa ligazón entre las características de la tierra y la psicología de quienes la habitan, Azorín observa que el temperamento de Don Quijote casa a la perfección con el que ha de generar un lugar como Argamasilla que, según lee en Las Recopilaciones topográficas de los pueblos de España, fue fundado por unas gentes que venían huyendo de sucesivas epidemias (por lo que a sus lugareños se les supone genéticamente nerviosos y aventureros) y está condenado por su topografía a ser un pueblo enfermizo (azotado como está por el aire de los vapores que expulsa el agua estancada del Guadiana). El ambiente enfermizo, algo histérico, y propenso a la aventura que se respira en Argamasilla como en ningún otro lugar, debió generar (entiende Azorín) el carácter que tanto caracteriza a nuestro hidalgo más universal.


Aquí dejo la obra digitalizada:

http://www.alcudiavirtual.ua.es/servlet/SirveObras/cerv/01604296092364979660035/index.htm


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